jueves, 10 de septiembre de 2015

EL CUARTO JARDÍN

El cuarto jardín es el huerto del pensamiento y el espíritu donde los jardineros se convierten en filósofos, artistas, poetas... Es la arboleda de Academo donde se fundó la primera academia, el jardín de Epicuro y los jardines de deleite del mundo islámico y romano, los jardines de Babilonia y los oasis en el desierto, los paisajes culturados... En su "Historia de dos jardines", Octavio Paz cuenta muy bien la esencia de este cuarto jardín que es siempre mucho más diverso que biodiverso: Yo era niño y el jardín se parecía a mi abuelo. Trepaba por sus rodillas vegetales sin saber que lo habían condenado. El jardín lo sabía: esperaba su destrucción como el sentenciado el hacha. La higuera era la diosa, la Madre. zumbar de insectos coléricos, los sordos tambores de la sangre, el sol y su martillo, el verde abrazo de innumerables brazos. La incisión del tronco: el mundo se entreabrió. Yo creí que había visto a la muerte: la otra cara del ser, la vacía, el fijo resplandor sin atributos. (...) Los pinos me enseñaron a hablar solo. En aquel jardín aprendí a despedirme. Después no hubo jardines. (...) Oí un rumor verdinegro brotar del centro de la noche: el nim. El cielo, con todas sus joyas bárbaras, sobre sus hombros. El calor era una mano inmensa que se cerraba, se oía el jadeo de las raíces, la dilatación del espacio, el desmoronamiento del año. El árbol no cedía. Grande como el monumento a la paciencia, justo como la balanza que pesa la gota de rocío, el grano de luz, el instante. Entre sus brazos cabían muchas lunas Casa de las ardillas, mesón de los mirlos. La fuerza es fidelidad, el poder acatamiento: nadie acaba en sí mismo, un todo es cada uno en otro todo, en otro uno. El otro está en el uno, el uno es otro: somos constelaciones. El nim, enorme, sabía ser pequeño. A sus pies supe que estaba vivo, supe que morir es ensancharse, negarse es crecer. Aprendí, en la fraternidad de los árboles, a reconciliarme, no conmigo: con lo que levanta, me sostiene, me deja caer. Me crucé con una muchacha. Sus ojos: el pacto del sol de verano con el sol de otoño. Partidaria de acróbatas, astrónomos, camelleros. Yo de fareros, lógicos, sadúes. Nuestros cuerpos se hablaron, se juntaron y se fueron. Nosotros nos fuimos con ellos. Era el monzón. Cielos de yerba machacada y el viento en armas por las encrucijadas...

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